20 de junio de 2018

Era un lego de san Francisco, sencillo y devoto. Tenía la devoción de asistir a todas las misas que podía, aprovechando los ratos libres que las obligaciones le dejaban.
Un día en que por oír misa había dejado sola la cocina, entraron los gatos en ella y, haciendo de las suyas, volcaron la olla y se comieron lo que después ayunaron los frailes. Enojado el padre guardián, le mandó que desde aquel día dejase las misas y atendiese mejor sus deberes. Bajó el bendito lego la cabeza y obedeció.
Pero al día siguiente, oyendo desde su cocina la campanilla y comenzó a llorar y decía: «¡Oh Señor! Me han quitado el consuelo que tenía de asistir a tu divino sacrificio. Pero ¿qué puedo yo hacer? Lo mejor es siempre lo que tú dispones.» En aquel momento, como si todas las paredes que había desde allí hasta el altar fueran de cristal, vio patente la hostia sacramental, y desde aquel día asistió con el favor de Dios a todas las misas desde su cocina.
La santidad hace transparente todo.
- ¿Vive usted la Eucaristía o sólo es asistente?
Julián Escobar.


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