5 de octubre de 2019
«Yo te alabo Padre, Señor del Cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y prudentes y las revelaste a los pequeños». (Lucas 10, 17-24)
Dar a conocer a Cristo es una de las mayores fuentes de alegría. Cuando con nuestro ejemplo y nuestras palabra de cristianos otras personas se sienten movidas a acercarse al Evangelio, a la Iglesia, nos llenamos de alegría, pues se hace más presente que nuestro nombre «está escrito en el cielo». Y recordemos que humildad y alegría siempre van juntas, porque la alegría es una consecuencia de la humildad.
«La alegría cristiana es una realidad que no se describe fácilmente, porque es espiritual y también forma parte del misterio. Quien verdaderamente cree que Jesús es el Verbo Encarnado, el Redentor del Hombre, no puede menos de experimentar en lo íntimo un sentido de alegría inmensa, que es consuelo, paz, abandono, resignación, gozo. ¡No apaguéis esta alegría que nace de la fe en Cristo crucificado y resucitado! ¡Testimoniad vuestra alegría! ¡Habituaos a gozar de esta alegría!» (Juan Pablo II).
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