13 de marzo de 2020 (Día de Abstinencia)
Evangelio (Mt 21,33-43.45-46)
Se os quitará el Reino de Dios para dárselo a un pueblo que rinda sus frutos».
Este nuevo Israel es la Iglesia, todos los bautizados. Nosotros hemos recibido, en la persona de Jesús y en su mensaje, un regalo único que hemos de hacer fructificar.
De ahí se deriva que el primer fruto es que vivamos nuestra fe en el calor de familia, el de la comunidad cristiana. Esto será sencillo, porque «donde hay dos o más reunidos en mi nombre, yo estoy allí en medio de ellos» (Mt 18,20). Pero se trata de una comunidad cristiana abierta, es decir, eminentemente misionera (segundo fruto). Por la fuerza y la belleza del Resucitado “en medio nuestro”, la comunidad es atractiva en todos sus gestos y actos, y cada uno de sus miembros goza de la capacidad de engendrar hombres y mujeres a la nueva vida del Resucitado.
Se confesaba con San Francisco de Sales un hombre que decía sus faltas con tal indiferencia que daba muestras de no tener dolor alguno. El Santo se echó a llorar. Lleno de asombro, el penitente le preguntó que si se encontraba mal. ¡Ah no! yo estoy bien; el enfermo eres tú... Lloro porque tú no lloras... (Schmid.)
Ayunar de rencores y practicar el perdón.
Se os quitará el Reino de Dios para dárselo a un pueblo que rinda sus frutos».
Este nuevo Israel es la Iglesia, todos los bautizados. Nosotros hemos recibido, en la persona de Jesús y en su mensaje, un regalo único que hemos de hacer fructificar.
De ahí se deriva que el primer fruto es que vivamos nuestra fe en el calor de familia, el de la comunidad cristiana. Esto será sencillo, porque «donde hay dos o más reunidos en mi nombre, yo estoy allí en medio de ellos» (Mt 18,20). Pero se trata de una comunidad cristiana abierta, es decir, eminentemente misionera (segundo fruto). Por la fuerza y la belleza del Resucitado “en medio nuestro”, la comunidad es atractiva en todos sus gestos y actos, y cada uno de sus miembros goza de la capacidad de engendrar hombres y mujeres a la nueva vida del Resucitado.
Se confesaba con San Francisco de Sales un hombre que decía sus faltas con tal indiferencia que daba muestras de no tener dolor alguno. El Santo se echó a llorar. Lleno de asombro, el penitente le preguntó que si se encontraba mal. ¡Ah no! yo estoy bien; el enfermo eres tú... Lloro porque tú no lloras... (Schmid.)
Ayunar de rencores y practicar el perdón.
Julián Escobar.
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