24 de marzo de 2020

Evangelio (Jn 5,1-3.5-16) 
Jesús, viéndole tendido, le dice: ‘¿Quieres curarte?’. 
La piscina de Betsaida parecía una sala de espera de un hospital de trauma: «Yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos, paralíticos» (Jn 5,3). Jesús siempre está en medio de los problemas. Allí donde haya algo para “liberar”, para hacer feliz a la gente, allí está Él. El protagonista del milagro llevaba treinta y ocho años de invalidez. «¿Quieres curarte?» (Jn 5,6), le dice Jesús. «Levántate, toma tu camilla y anda» (Jn 5,8).  Más tarde, san Juan Crisóstomo dirá que en la piscina de Betsaida se curaban los enfermos del cuerpo, y en el Bautismo se restablecían los del alma; allá, era de cuando en cuando y para un solo enfermo; en el Bautismo es siempre y para todos. En ambos casos se manifiesta el poder de Dios por medio del agua.  El pecado paraliza, envejece, mata. Hay que poner los ojos en Jesús. Es necesario que Él —su gracia— nos sumerja en las aguas de la oración, de la confesión, de la apertura de espíritu. Tú y yo podemos ser paralíticos sempiternos, o portadores e instrumentos de luz.
Muchas buenas obras se piden al cristiano, pero la obra de la oración está sobre todas las demás, porque nada es posible hacer si ella falta. Sin la oración frecuente no es posible dar con el camino que conduce al Señor, ni conocer la Verdad, ni ser iluminados en el corazón por la luz de Cristo, ni unirse a él en la salvación. (del „Peregrino ruso”)
Piensa que amar es mirar en la misma dirección que Cristo:  ¡Hacer el bien!
Julián Escobar.


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