26 de marzo de 2020

Evangelio (Jn 5,31-47) 
Si yo diera testimonio de mí mismo, mi testimonio no sería válido.
El Evangelio nos enseña cómo Jesús hace frente a la siguiente objeción: según se lee en Dt 19,15, para que un testimonio tenga valor es necesario que proceda de dos o tres testigos. Jesús alega a favor suyo el testimonio de Juan el Bautista, el testimonio del Padre y el testimonio de las Escrituras. Jesucristo echa en cara a los que le escuchan tres impedimentos que tienen para reconocerle como al Mesías Hijo de Dios: la falta de amor a Dios; la ausencia de rectitud de intención y que interpretan las Escrituras interesadamente.
En este tiempo de Cuaresma, intensificando las obras de penitencia que facilitan la renovación interior, mejoraremos nuestras disposiciones para contemplar el verdadero rostro de Cristo. Por esto, san Josemaría nos dice: «Ese Cristo, que tú ves, no es Jesús. Será, en todo caso, la triste imagen que pueden formar tus ojos turbios... Purifícate. Clarifica tu mirada con la humildad y la penitencia. Luego... no te faltarán las limpias luces del Amor. Y tendrás una visión perfecta. Tu imagen será realmente la suya: ¡Él!»
El mártir San Pedro de Verona fue muerto a puñaladas por su Fe. Después de los primeros golpes gritó con tesón: «¡Credo!» «¡Creo!». Cuando, cubierto de sangre, ya no pudo articular palabra con su dedo teñido en la propia sangre escribió en el suelo: «¡Credo!». Era hombre de carácter, porque era prisionero de su conciencia.
Piensa que  educar es dar ejemplo,
 más que ofrecer muchos libros.
Julián Escobar.


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