Homilía domingo 3 Cuaresma.
Jn 4, 5, 43
Ser pozos de agua fresca en un mundo sediento.
El pueblo de Israel había salido de la esclavitud. Va por el desierto camino de la tierra prometida, les falta el agua y comienzan a murmurar, casi a blasfemar contra Dios: “Dios nos ha sacado de Egipto para dejarnos morir de sed en el desierto”. Dios hace portentos, pero las personas los olvidan enseguida. ¡Si Dios no me da en cada momento lo que yo quiero, lo insulto digo que no existe!
Y ante la sed de un mundo que pasa de Dios, o es indiferente, o niega que exista, Cristo nos dice: “El que tenga sed, que venga a mí y beba”.
La escena evangélica de este domingo es hermosa. Jesús parte de una necesidad fisiológica, tener sed, para entablar conversación con una samaritana. Es medio día y es bochornoso el calor. Jesús parte de la necesidad como hombre para suscitar en la mujer samaritana sed de trascendencia, sed de Dios.
¡Qué triste es la realidad de la gente que dice no tener sed de cosas espirituales cuando se están muriendo en la miseria moral!
La Iglesia Católica, los cristianos estamos en la tierra para ser pozos de agua moral que guíen a los necesitados de Dios hasta Jesús, el Hijo y Salvador.
La Iglesia no es un edificio, por grandioso que sea, como lo son las catedrales góticas. Cuando los fanáticos anti-religiosos prenden fuego a un templo, no están quemando y reduciendo a cenizas a la Iglesia. La Iglesia son los bautizados que adoran a Dios en “espíritu y en verdad”, y esto lo pueden hacer en una catedral o bajo un árbol, en una casa o en la montaña. Donde están los corazones sinceros que adoran a Dios, allí está la Iglesia.
La Samaritana, se convierte en evangelizadora: ¡Venid, he encontrado al Mesías! Esta mujer que había dilapidado su amor y juventud, vuelve a recobrarlos al encontrarse con Jesús.
¡Siempre, siempre, sé para los demás agua del Evangelio ofrecido a todos!
Si lo prefiere puede descargar las homilías de d. Julián en formato PDF o DOC.
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Ser pozos de agua fresca en un mundo sediento.
El pueblo de Israel había salido de la esclavitud. Va por el desierto camino de la tierra prometida, les falta el agua y comienzan a murmurar, casi a blasfemar contra Dios: “Dios nos ha sacado de Egipto para dejarnos morir de sed en el desierto”. Dios hace portentos, pero las personas los olvidan enseguida. ¡Si Dios no me da en cada momento lo que yo quiero, lo insulto digo que no existe!
Y ante la sed de un mundo que pasa de Dios, o es indiferente, o niega que exista, Cristo nos dice: “El que tenga sed, que venga a mí y beba”.
La escena evangélica de este domingo es hermosa. Jesús parte de una necesidad fisiológica, tener sed, para entablar conversación con una samaritana. Es medio día y es bochornoso el calor. Jesús parte de la necesidad como hombre para suscitar en la mujer samaritana sed de trascendencia, sed de Dios.
¡Qué triste es la realidad de la gente que dice no tener sed de cosas espirituales cuando se están muriendo en la miseria moral!
La Iglesia Católica, los cristianos estamos en la tierra para ser pozos de agua moral que guíen a los necesitados de Dios hasta Jesús, el Hijo y Salvador.
La Iglesia no es un edificio, por grandioso que sea, como lo son las catedrales góticas. Cuando los fanáticos anti-religiosos prenden fuego a un templo, no están quemando y reduciendo a cenizas a la Iglesia. La Iglesia son los bautizados que adoran a Dios en “espíritu y en verdad”, y esto lo pueden hacer en una catedral o bajo un árbol, en una casa o en la montaña. Donde están los corazones sinceros que adoran a Dios, allí está la Iglesia.
La Samaritana, se convierte en evangelizadora: ¡Venid, he encontrado al Mesías! Esta mujer que había dilapidado su amor y juventud, vuelve a recobrarlos al encontrarse con Jesús.
¡Siempre, siempre, sé para los demás agua del Evangelio ofrecido a todos!
Julián Escobar.
Si lo prefiere puede descargar las homilías de d. Julián en formato PDF o DOC.
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