27 de abril de 2020 Lunes III de Pascua
Evangelio (Jn 6,22-29
Ellos le dijeron: «¿Qué hemos de hacer para realizar las obras de Dios?». Jesús les respondió: «La obra de Dios es que creáis en quien Él ha enviado».
La pregunta es: ¿Dónde se encuentra Jesús? Los discípulos han marchado sin Jesús, y, sin duda, Jesús allá no está. ¿Dónde está, pues? Afortunadamente, la gente puede subir a unas barcas que han ido llegando, y zarpan en busca del Señor a Cafarnaúm.
Jesús no pide una multiplicación de obras buenas, sino que uno tenga fe en aquel que Dios Padre ha enviado. Porque con fe, el hombre realiza la obra de Dios. Por esto designó la fe misma como obra. En María tenemos el mejor modelo de amor manifestado en obras de fe.
Según una leyenda antigua, trescientos años después de morir el gran Doctor de la Iglesia, San Agustín, se encontraba arrodillado un monje ante la tumba del Santo y, mientras oraba, tuvo esta visión. Le parecía ver a San Agustín en la puerta del cielo con los ojos llenos de asombro, sin atreverse a pasar del umbral.—Pero, Padre —exclamó el monje—, ya hace trescientos años que has muerto y ¿todavía sigues a la puerta del cielo?San Agustín contestó:—Sí, hace trescientos años que estoy aquí, y no he pasado porque me he quedado admirando la felicidad de los bienaventurados. Y ahora voy a entrar en el cielo...
¿Lees con frecuencia los evangelios?
Ellos le dijeron: «¿Qué hemos de hacer para realizar las obras de Dios?». Jesús les respondió: «La obra de Dios es que creáis en quien Él ha enviado».
La pregunta es: ¿Dónde se encuentra Jesús? Los discípulos han marchado sin Jesús, y, sin duda, Jesús allá no está. ¿Dónde está, pues? Afortunadamente, la gente puede subir a unas barcas que han ido llegando, y zarpan en busca del Señor a Cafarnaúm.
Jesús no pide una multiplicación de obras buenas, sino que uno tenga fe en aquel que Dios Padre ha enviado. Porque con fe, el hombre realiza la obra de Dios. Por esto designó la fe misma como obra. En María tenemos el mejor modelo de amor manifestado en obras de fe.
Según una leyenda antigua, trescientos años después de morir el gran Doctor de la Iglesia, San Agustín, se encontraba arrodillado un monje ante la tumba del Santo y, mientras oraba, tuvo esta visión. Le parecía ver a San Agustín en la puerta del cielo con los ojos llenos de asombro, sin atreverse a pasar del umbral.—Pero, Padre —exclamó el monje—, ya hace trescientos años que has muerto y ¿todavía sigues a la puerta del cielo?San Agustín contestó:—Sí, hace trescientos años que estoy aquí, y no he pasado porque me he quedado admirando la felicidad de los bienaventurados. Y ahora voy a entrar en el cielo...
¿Lees con frecuencia los evangelios?
Julián Escobar.
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