30 de noviembre de 2022
Buenos días, “Señor mío y Dios mío”
Muchas veces me sucede como a aquel profesor que le confesó a su esposa que, a pesar de ser especialista en muchos campos, sus conocimientos eran muy limitados. «Tiendo a aceptar las cosas tal y como se presentan. Por ejemplo —le dijo—, me da vergüenza admitir que no sé ni cómo funciona una bombilla eléctrica».
«Eso es increíble —exclamó su esposa—. Es tan sencillo, querido —le dijo en tono comprensivo—. Aprietas el conmutador ¡y ya está!»
A mi con la oración, me ocurre lo mismo. Pienso que funciona de la misma manera que muchos de nuestros aparatos: aprietas un conmutador, y se pone en marcha. Pero no nos paramos a pensar en el «poder» que la hace funcionar. ¡Tu amor hacia mí y mi amor hacia Ti!
Me pongo ante Ti y te hablo de mil cosas, ¡siempre mis cosas!, pero ¿cuántas veces te pregunto por tus cosas? Se que la Oración es un dialogo, pero yo la convierto en un monologo. ¡Yo digo, yo te pido, yo te prometo, yo…yo…!
¿Qué es para ti la oración?
¿De qué hablas en la oración?
Enséñame, Señor, cómo llegar hasta ti.
Yo no puedo hacer otra cosa que desearlo...
Cómo llegar hasta ti, no lo sé.
Inspírame tú, enséñame,
dime qué necesito para este camino.
San Agustín
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