15 de diciembre de 2022
Señor, anoche sentí envidia de la fe de unos rateros. Escucha lo que leí. Estaba en mi celda... La noche anterior a mi juicio, decidí rezar. Esperé a que el muchacho de mi celda estuviera dormido, y entonces bajé de mi litera...
Me arrodillé al pie de la cama y ¡abrí mi corazón a Dios! Lo hice como si él estuviera allí, en carne y hueso, conmigo. Le hablé con toda sencillez... Le hablé como me gustaba hablar a mi padre, hace ya tantos años. Le hablé como un niño y le conté mis deseos y mis necesidades, mis esperanzas y mis desilusiones. Le pedí que me ayudara en mi camino... Me sentía como si estuviera ante alguien que se preocupaba por mí. Me eché a llorar, algo que no había hecho hace muchos años.
—Dios, tal vez no me vaya a portar como un ángel, pero voy a tratar de no ser un perdido. Te pido esto por tu nombre y por el nombre de Cristo. Amén.
Una voz añadió otro amén al mío. Miré hacia arriba y vi al muchacho, apoyado en el codo, con la cabeza sobre su mano. En la semioscuridad, traté de ver su cara para saber si se estaba burlando de mí. Pero su rostro estaba como el mío, buscando la ayuda de Dios... Entonces, el muchacho susurró:
—Yo también rezo a Dios. Tal vez no lo creas, pero yo solía ir a la iglesia, y la mano de Dios me protegía. Me sentía seguro, tranquilo y en paz, como si no hubiera dolor en mi corazón.
—¿Qué es, chaval, esto que sentimos ahora? —le pregunté bajito.
—Es obra del poder del Espíritu Santo —me dijo el muchacho.
Ya no pregunté más”.
El egoísmo es una cárcel, yo quiero salir de ella, por eso te pido que me ayudes a ser generoso.
¿Te duran mucho los propósitos de enmienda?
¿Haces propósitos que sabes que no vas a cumplir?
Cierto día, yendo Abba Agatón a la ciudad a vender unos pequeños utensilios, vio a un leproso junto al camino, que le dijo: “¿A dónde vas?” Abba Agatón contestó: “Voy a la ciudad a vender estas cosas”. “Entonces – replicó el leproso – hazme un favor y llévame contigo”. El lo llevó a la ciudad. Después le dijo: “Llévame al puesto donde vendes esas cosas”. Así lo hizo. Cuando hubo vendido uno de los utensilios, el leproso le preguntó: “¿Cuánto te han dado?” El le dijo el precio. Entonces el leproso preguntó: “¿Porqué no me compras algo bonito? “Él se lo compró. Volvió a vender otro artículo. El leproso le preguntó: “¿Cuánto?” El le dijo el precio. Insistió el leproso: “Cómprame esto”. El se lo compró. Después de haber vendido todo, se dispuso a marchar. Entonces el leproso le preguntó: “¿Vuelves ya?” “sí”, le contestó. Le rogó el leproso: “Hazme un nuevo favor y llévame al lugar donde me encontraste”. El lo devolvió al lugar donde estaba. Entonces el leproso le dijo: “¡Bendito eres del Señor, Agatón en el cielo y en la tierra!” Cuando Agatón levantó los ojos no vio a nadie, pues era un ángel del Señor que había venido a probarle. ¿Hubieras hecho tú lo mismo? ¿Cómo te hubieses comportado tú? Piensa, que muchas veces hay ángeles que te solicitan ayuda. Ángeles que se te presentan como personas no muy agraciadas.
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