2 de diciembre de 2022
Señor Jesucristo, hoy quisiera ofrecerte una casa bien limpia y barrida, un corazón totalmente tuyo, para que la habites, pero no puedo. No me siento con fuerzas para darte todo y por eso me siento resquebrajar cuando en cada Eucaristía te digo: «Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa...» Y Tú vas y entras, y como a la suegra de Pedro, me curas y me pones en pie. Pero ella se puso a servirte, y yo no siempre lo hago.
El suelo de mi corazón a veces está mal ventilado.
Pero Tú… pasas a mi casa a pesar de todo.
Me avergüenzo un poco, pero Tú naciste y dormiste en una cueva, tú pasaste noches enteras bajo el manto de las estrellas.
Pero, aunque no pueda acomodarte mejor, mi corazón, aunque no limpio, es tuyo y deseo que habites en él, y sentiré la alegría de que tú estás presente.
Tengo que creer firmemente, Señor, y no puedo tener la menor duda de que tú te sientes, como en tu casa. Tú comiste con los pecadores. Pues come ahora conmigo, o no me prives de que yo coma tu comida.
Señor Jesús, mi mayor pecado ¿sabes cual es? No sentirme pecador.
Sé que soy pecador, pero me cuesta reconocerlo y mucho más que me tengan por tal. ¡Me importa tanto la opinión de los demás!
¡Señor, no mires mis pecados, sino lo mucho que te amo!
¿Acudes con frecuencia al Sacramento de la Reconciliación?
¿Te importa más la opinión de los demás que lo que eres ante Dios?
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