4 de diciembre de 2022
Anoche soñé contigo, Señor.
Soñé que paseaba a lo largo de la playa contigo, Señor,
y, en el cielo, se reflejaban escenas de mi vida.
En la arena dejábamos las huellas de tus pies y de los míos.
Reíamos como dos niños que disfrutan recordando sus travesuras.
Vi escenas de mi vida que no me gustaron, cuando yo iba sin importarme nada de tu vida y de la mía. Me invadió una angustiosa tristeza. Incliné la cabeza por vergüenza y… me eché a llorar... ¡no veía tus huellas junto a las mías.
Sin atreverme a levantar mi cabeza, te dije:
«Señor, tú me dijiste que, harías conmigo el camino de mi vida.
Pero en los momentos más difíciles de mi vida, cuando más tullido me dejaban los pecados, no veía tus huellas junto a las mías.
No comprendo por qué, cuando más te necesitaba, me abandonaste».
Tú te echaste a reír y me dijiste:
«Yo te quiero y jamás, jamás te abandoné
en tus momentos de prueba y sufrimiento.
Cuando has visto sólo una serie de huellas,
es porque, entonces, yo te llevaba en mis brazos».
En esta mañana, te pido, Señor, que estés siempre junto a mí, incluso cuando yo no quiera que estés conmigo.
¿Dejas a Cristo caminar junto a ti?
¿En qué se parecen tus huellas a las suyas?
El Señor es tu guardián; está a tu derecha.
El Señor te guarda de todo mal,
El protege tu vida.
Salmo 121, 5.7
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