16 de marzo de 2023 Jueves 3º ¡María lleva a Cristo!
No da igual ser católico que no serlo. Algunos dicen que basta tener buena voluntad para que uno pueda decir que pertenece a la Iglesia Católica, aunque crea en otras cosas distintas a las que Ésta enseña. Pero no da igual, pues si diera lo mismo, no tendría sentido que Dios se haya hecho Hombre, que nos haya revelado una doctrina de salvación, ni habría instituido los Sacramentos, ni la Iglesia. «El que creyere y fuere bautizado, se salvará, más el que no creyere se condenará» (Mc 16, 16). Son palabras de Jesucristo. Y San Pablo habla de la necesidad de «una fe, un bautismo, un Dios y Padre» (Eph 4, 5).
Una sola fe. Es preciso conocer y aceptar el Credo, las verdades fundamentales predicadas por Jesucristo y que la Iglesia nos enseña para que nos salvemos. «Todos los hombres tienen obligación de buscar la verdad, sobre todo en lo referente a Dios y a su Iglesia, y una vez conocida esa verdad, tienen que abrazarla y llevarla a la práctica» (Concilio Vaticano II, Deci. Dignitatis humanae, n. 11). La rectitud de intención lleva a buscar la verdad, y una vez conocida, a seguirla. Si no, es que no hay verdadera buena voluntad.
Gustavo Bickell, profesor protestante de universidad y conocedor insigne de las lenguas orientales, estaba copiando los himnos desconocidos de San Efrén en los que el santo cantor ensalza también a la Concebida sin mancha, cuando empezó a pensar:
«Los protestantes rechazamos el culto a María, pero aquí en estos documentos de los primeros siglos hay un elocuente testimonio; luego el protestantismo no puede ser la religión verdadera». Dos años después, en 1865, el ex profesor de universidad, ya católico, decía su primera Misa junto a la tumba de San Bonifacio, el apóstol de Germania.
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