25 de julio de 2023
En las sangrientas persecuciones de los primeros siglos cristianos apresaron a un campesino sencillo y le pusieron ante una estatua de Júpiter… «Echa incienso en el fuego y sacrifica a nuestro dios». «¡No lo hago!», contesta con calma Barlaam. Empiezan a torturarlo. En vano. Entonces extienden, a viva fuerza su brazo para que la mano esté justamente encima de las llamas, y le ponen incienso en la palma.
«¡Deja caer el incienso y serás libre!». «¡No lo hago!», repite Barlaam. Y allí está en pie, inconmovible, con el brazo extendido... La llama del fuego va subiendo, ya está lamiendo la palma de la mano, ya empieza a humear el incienso...; pero el hombre sigue impertérrito. El fuego consumió su mano, y así se quemó el incienso, pero el corazón del mártir Barlaam no fue perjuro a su Dios: Un corazón de bronce.
Hijo mío, ¡cuán pocos son, por desgracia, en nuestros días, los que tienen este carácter de mártir! El carácter al cual rindió ya pleitesía el poeta pagano al escribir:
Al hombre justo y firme en sus propósitos...,
aunque el mundo resquebrajado caiga,
lo encontrarán impávido las ruinas.
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