17 de mayo de 2024
“Si los mundanos te preguntan por qué comulgas con tanta frecuencia, diles que lo haces para aprender a amar a Dios, para purificarte de tus imperfecciones, para consolarte en tus aflicciones, para apoyarte en tus debilidades...diles que son dos las clases de personas que han de comulgar con frecuencia: las perfectas porque, estando bien dispuestas, faltarían si no se acercasen al manantial y a la fuente de perfección, y las imperfectas, precisamente para que puedan aspirar a ella; las fuertes para no enflaquecer, y las débiles para robustecerse; las enfermas para sanar, y las que gozan de salud para no caer enfermas; y tú, como imperfecta, débil y enferma, tienes necesidad de unirte con frecuencia con tu Perfección, con tu Fuerza y con tu Médico... Diles que quienes no están muy atareados han de comulgar con frecuencia porque tienen tiempo para ello, y quienes tienen mucho trabajo también, porque lo necesitan, pues quienes trabajan mucho y andan cargados de penas han de tomar manjares sólidos y frecuentes. Diles que recibes el Santísimo Sacramento para aprender a recibirlo bien, porque no se hace bien lo que no se hace con frecuencia” (Introducción a la vida devota, II, 21).
Este Cristo en forma de pan, se queda en el Sagrario. Podemos hablarle, como hacían sus discípulos, y contarle lo que nos ilusiona y nos preocupa. Jamás encontraremos un oyente tan atento, tan bien dispuesto para lo que le contamos o pedimos. “Aquí es Cristo en persona quien acoge al hombre, maltratado por las asperezas del camino, y lo conforta con el calor de su comprensión y de su amor…” (Juan Pablo II, 9-VII-1980).
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