8 de mayo de 2024
“Yo conversaba muchas veces con el Señor y le daba gracias y le cantaba sus alabanzas. Pero siempre tenía la incómoda sensación de que quería que lo mirara a los ojos. Yo le hablaba, pero desviaba mi mirada, cuando sentía que Él me estaba mirando. No sé por qué tenía miedo de encontrarme con sus ojos. Pensaba que quizás me iba a reprochar algún pecado del que no me había arrepentido o me iba a exigir algo. Al fin, un día tuve el suficiente valor y lo miré. No había reproche en sus ojos, ni exigencias. Sus ojos me decían simplemente con una sonrisa: Te amo. Me quedé mirándolo fijamente durante largo tiempo y allí se guía el mismo mensaje: Te amo... Fue tanta mi alegría que, como Pedro, salí fuera y lloré”.
El odio destruye
El amor sana y alegra la vida, mientras que el odio y el rencor nos destruyen y nos amargan la existencia. ¡Cuántos sufrimientos hay en el mundo por la falta de perdón! El perdonar no es un artículo de lujo para casos especiales, sino una necesidad para vivir en paz con nosotros mismos y con los demás.
No querer perdonar es quedarse anclados en el pasado, de modo que la vida ya no puede seguir su curso normal. Y nos desgastamos física y sicológicamente con tanta energía perdida inútilmente, en odiar y en la tensión que nos produce. Realmente que el rencor y el deseo de venganza nos van matando poco a poco y nos van hundiendo en la depresión.
Donde no hay amor, sembrad amor y recogeréis amor (S. Juan de la Cruz)
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