El emperador de México, Maximiliano que murió fusilado, escribió en su diario: "Hoy ha muerto a bordo un marinero. Al sentir la muerte, pidió que alguien fuera a rezar con él. El médico invitó a oficiales y marineros, pero nadie quiso ir. Entonces fui yo, pero no era capaz de rezar. Entonces busqué un devocionario me arrodillé junto al moribundo y rezamos untos. Él se confortó.
Ahora me pregunto: "¿Cómo se explica que nosotros que sabemos hacer tantas cosas, no sepamos rezar?".
Sabemos leer oraciones, pero ¿sabemos hablar con Dios sin libros, hablarle con el corazón? Creo que ponernos de rodillas, abrir el corazón y ofrecerle a Dios nuestro silencio es una magnífica oración.
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