13 de abril de 2020 Lunes de la octava de Pascua

Evangelio: Mt 28,8-15.
Jesús: «No temáis. Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán».
«No tengáis miedo», dice Jesús a las santas mujeres. ¿Miedo del Señor? Nunca, ¡si es el Amor de los amores! ¿Temor de perderlo? Sí, porque conocemos la propia debilidad. Por esto nos agarramos bien fuerte a sus pies. Como los Apóstoles en el mar embravecido y los discípulos de Emaús le pedimos: ¡Señor, no nos dejes! Y el Maestro envía a las mujeres a notificar la buena nueva a los discípulos. Ésta es también tarea nuestra, y misión divina desde el día de nuestro bautizo: anunciar a Cristo por todo el mundo, «a fin que todo el mundo pueda encontrar a Cristo, para que Cristo pueda recorrer con cada uno el camino de la vida, con la potencia de la verdad (...) contenida en el misterio de la Encarnación y de la Redención, con la potencia del amor que irradia de ella» (Juan Pablo II).

Newton 
Preguntado Newton de que manera el hombre convertido en polvo podría componerse de nuevo para formar un cuerpo, cogió sin pronunciar palabra un puñado de limadura de hierro, lo mezcló con arena y preguntó a su interlocutor: «¿Puede usted separar el polvo de hierro de esta masa?» El otro contestó negativamente. Entonces el sabio cogió un imán, lo acercó a la mezcla, y las partículas de hierro se pegaron en seguida al mismo. Luego Newton dijo con calma: «El que puso tal fuerza en el hierro imanado, ¿no podrá dar nuevamente una envoltura corporal a nuestra alma inmortal?»
La fe se marchita si no la compartes con los que te rodean.
Julián Escobar.


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