Soy más fuerte que tú
Un día se presentó al faraón un viejo y le dijo:
- Cede tus armas, deja tu palacio y tu reino; derriba tus obeliscos, destruye tus templos, tu ciudad... y vete.
Se rió el faraón:
- ¡Anda, viejo loco!, todos los pueblos limítrofes me han rendido sus armas, he incendiado sus palacios, he destruido sus ciudades y sus templos, ¿y tú pretendes imponerte a mí? ¿Eres tú más fuerte? ¿Quién eres tú?
- Levantó el anciano su cabeza y respondió:
- Yo soy más fuerte que tú, porque soy el tiempo.
El anciano se presentó también en Babilonia y en Nínive, en Atenas y en Cartago, en Roma... y todos obedecieron. Pasó y volvió a pasar, y a su fatídico paso todo se derrumbaba.
Pero un día, en sus correrías, volvió a Roma, subió al Vaticano y dio la misma orden; pero el Papa no quiso obedecer y permaneció tranquilo.
- ¡Es que soy el tiempo! -gritó el viejo.
Y el Papa respondió sosegado:
- Pues yo soy la eternidad.
Nuestro destino último es la eternidad. ¿Qué hace usted por ir acercándose a ella?
- Cede tus armas, deja tu palacio y tu reino; derriba tus obeliscos, destruye tus templos, tu ciudad... y vete.
Se rió el faraón:
- ¡Anda, viejo loco!, todos los pueblos limítrofes me han rendido sus armas, he incendiado sus palacios, he destruido sus ciudades y sus templos, ¿y tú pretendes imponerte a mí? ¿Eres tú más fuerte? ¿Quién eres tú?
- Levantó el anciano su cabeza y respondió:
- Yo soy más fuerte que tú, porque soy el tiempo.
El anciano se presentó también en Babilonia y en Nínive, en Atenas y en Cartago, en Roma... y todos obedecieron. Pasó y volvió a pasar, y a su fatídico paso todo se derrumbaba.
Pero un día, en sus correrías, volvió a Roma, subió al Vaticano y dio la misma orden; pero el Papa no quiso obedecer y permaneció tranquilo.
- ¡Es que soy el tiempo! -gritó el viejo.
Y el Papa respondió sosegado:
- Pues yo soy la eternidad.
Nuestro destino último es la eternidad. ¿Qué hace usted por ir acercándose a ella?
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