19 de abril de 2019. Viernes Santo

Jn 18, 1-19, 42 “¿A quién buscáis?”. Le contestaron: “A Jesús, el Nazareno”. Les dijo Jesús: “Yo soy”.

El niño que se hizo daño.
En el reino de los cielos, dice el Señor, pasa como ocurrió un día que un niño se hizo daño. Acudió su madre, trató de explicarle algo para consolarlo, pero el niño no hizo caso y, sin escucharla siquiera, continuó llorando amargamente. Las explicaciones de la afligida mamá de nada le servían. Pero continuó a su vera y aunque el niño lloró con más intensidad no se apartó de su lado. Por fin no pudo resistir más su incapacidad para ayudarlo y ella también se puso a llorar. El niño, poco a poco, se fue calmando, miró a su mamá primero extrañado, luego preocupado, le tendió su manita y hasta sonrió, pues había olvidado su dolor. Pronto, madre e hijo se abrazaron felices.
En mi reino, dice el Señor, a menudo no puedo dar explicaciones, a mí no me entienden, y por eso, en los absurdos accidentes, en las crueles enfermedades, en los trágicos asesinatos, en cualquier dolor o muerte, yo, el Señor, lloro con los que son víctimas del mal, sufro pasión en silencio, soy crucificado y muero yo también, hasta que llega el consuelo y se abren los ojos internos del espíritu y se ve en la eternidad todo el amor y el bien que les rodean.
- ¿Van a perder la fe mis hermanos pequeños porque no encuentran explicaciones?
Julián Escobar.


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