21 de mayo de 2019 Ser testigos del amor.

En cierta ocasión, San Francisco de Asís invitó a un fraile joven a que le acompañara a la ciudad, para predicar. Se pusieron en camino y anduvieron por las principales calles de la ciudad. Varias personas se volvían hacia ellos para saludarles amistosamente. Devolvían el saludo con una inclinación, una sonrisa o unas palabras amables. De vez en cuando, se detenían para acariciar a un niño o para hablar con alguien. Durante todo el paseo, San Francisco y el fraile mantenían entre ellos una animada conversación. Después de haber callejeado durante un buen rato, el fraile joven pareció inquieto y le preguntó a San Francisco dónde y cuándo iban a comenzar su predicación.
—Hemos estado predicando desde que atravesamos las puertas del convento –le replicó el santo–. ¿No has visto cómo la gente observaba nuestra alegría y se sentía consolada con nuestros saludos y sonrisas? ¿No han advertido lo alegres que conversábamos entre nosotros, durante todo el camino? Si estos no son unos pequeños sermones, ¿qué es lo que son?
Proceded como hijos de la luz:
fruto de la luz es toda bondad. Efesios 5, 8-9
¿Hallas a Dios en las acciones de los demás?
¿Haces que tu luz «brille ante la gente, para que vean tus buenas obras y glorifiquen a tu Padre que está en los cielos»? (Mateo 6, 16).
—Dime la diferencia
entre uno que predica
y uno que practica?
—Los que predican usan una antorcha
para iluminar el camino;
los que practican
son la antorcha.
Julián Escobar.


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