24 de mayo de 2019 Pagarle a Dios nuestra deuda.

Un profesor, ya próximo a su jubilación, quiso comenzar el día lo mismo que lo había venido haciendo desde tiempo inmemorial. Se levantó temprano, acudió a la ventana, aspiró una bocanada de puro aire fresco, admiró el paisaje que brillaba a la luz del sol naciente, y exclamó: «Bien; Dios ya ha realizado su parte; ahora me toca a mí».
Dicho esto, se halló dispuesto a enfrentarse alegremente a todas las aventuras que le pudiera traer el nuevo día, confiando que Dios seguiría estando con él, en todo momento y en todas las cosas.
De él, por él, para él existe todo. A él la gloria por los siglos. Amén. Romanos 11, 36

Acostúmbrate, poco a poco, a orar
durante todas tus ocupaciones diarias.
Habla, muévete, trabaja en paz,
como si estuvieras en oración.
Hazlo todo sin afanes,
dejándote mover por la gracia.
En cuanto adviertas que te turba
tu natural impetuosidad,
retírate despacio a tu interior,
donde está el Reino de Dios.
Escucha los impulsos de la gracia,
y no digas ni hagas más
que lo que el Espíritu Santo
ponga en tu corazón.
Verás cómo tu tranquilidad será mayor,
tus palabras menos abundantes y más efectivas,
y cómo, con mucho menos esfuerzo,
realizarás un bien mayor. François Fénelon
Julián Escobar.


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