10 de octubre de 2019

Por primera vez hay quien se  dirige a Dios con confianza filial: «Abba» (en arameo, «Padre»). Jesús  introduce un cambio profundo en la relación del hombre con Dios. Todas las  religiones, incluyendo la religión judía (Antiguo Testamento), rezan a un  Dios lejano, al que tratan de aplacar. Jesús sustituye la verticalidad por la  horizontalidad: ¡Dios es Padre! Esta invocación nos introduce en el ámbito familiar de Dios. 
¡Padre!, santificado sea tu nombre. ¡Padre!, haznos más hermanos,  más caritativos. ¡Padre!, sé misericordioso con nosotros.  ‘Orar es hablar con Dios. Pero, de qué?’. ¿De  qué? De Él, de ti: alegrías, tristezas, éxitos y fracasos, ambiciones nobles,  preocupaciones diarias..., ¡flaquezas!: y hacimientos de gracias y  peticiones: y Amor y desagravio. En dos palabras: conocerle y conocerte:  tratarse!’ (San Josemaría). 
Los cristianos ortodoxos de rito griego y ruso, en la liturgia  eucarística llamada de San Juan Crisóstomo (que siguen aún) se preparan  así: «Y haznos dignos, oh Señor, para que con confianza y sin presunción  osemos invocarte como Padre, Dios del Cielo, y decir: Padre nuestro...». En  la Misa romana tenemos, de modo análogo y más resumido: «nos  atrevemos a decir: Padre nuestro...» (J. Jeremias). 
¿Eres consciente de lo que dices cuando rezas el Padrenuestro?
Julián Escobar.


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