3 de noviembre de 2019. Zaqueo

El Evangelio nos habla del encuentro misericordioso de Jesús con Zaqueo. El Señor nos ayuda a buscarle y convierte nuestro corazón
Zaqueo intentaba ver a Jesús para conocerle, pero no podía a causa de la muchedumbre, porque era pequeño de estatura. Y adelantándose corriendo, subió a un sicómoro, para verle, porque iba a pasar por allí. ¡Tuvo que liberarse de la vergüenza, del miedo a hacer el ridículo para ver a Jesús! La actitud de Zaqueo nos ayuda a no tener ciertas vergüenzas si queremos ver a Jesús y permanecer con Él. Pero debemos examinar hoy la sinceridad y el vigor de estos deseos: ¿Quiero yo ver a Jesús? –preguntaba el Papa Juan Pablo II–, ¿hago todo lo posible para poder verlo?: ¿verdaderamente quiero contemplarlo, o quizá evito el encuentro con Él? ¿Prefiero no verlo o que Él no me vea? Y si ya le vislumbro de algún modo, ¿prefiero entonces verlo de lejos, no acercándome mucho, no poniéndome ante sus ojos para no llamar la atención demasiado..., para no tener que aceptar toda la verdad que hay en Él, que proviene de Él, de Cristo?
Cualquier esfuerzo que hagamos por acercarnos a Cristo es recompensado. ¡Qué inmensa alegría la de Zaqueo! Él, que se contentaba con verlo desde el árbol, se encuentra con que Jesús se invita en su casa. «Quien tenía por grande e inefable el verle pasar –comenta San Agustín–, mereció inmediatamente tenerlo en casa» (Sermón 174,6).
Julián Escobar.


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