9 de noviembre de 2019

«Vosotros presumís de  observantes delante de la gente, pero Dios os conoce por dentro. La  arrogancia con los hombres Dios la detesta»” (Lucas 16,9-15).

Vivimos en una sociedad de querer tener cosas, a veces superfluas,  inútiles, para presumir ante los demás, para creernos importantes. A ese afán de tener le llamamos “sociedad de consumo”. Esto tiene sus inconvenientes, acumulación desmedida, compulsiva y  egoísta. En cambio, la generosidad de socorrer a los necesitados nos hace  felices, a imagen de Cristo que se hizo pobre, para enriquecernos con su  pobreza. Se da totalmente en la Eucaristía, donde vemos que lo más frágil  de la tierra, el don desinteresado, de quedarnos sin lo nuestro porque lo  damos, entonces somos ricos, y esa cosa tan frágil que es el amor en  realidad es la fuerza más grande del mundo. Al pedirle el Señor, el pan de  cada día, le pido lo que necesitemos los demás y nosotros mismos, y sobre todo le pido  amor.

“La abundancia de riquezas no sólo no sacia la ambición del rico, sino  que la aumenta, como sucede con el fuego que se fomenta más cuando  encuentra mayores elementos que devorar. Por otra parte, los males que  parecen propios de la pobreza son comunes a las riquezas, mientras que los  de las riquezas son propios exclusivamente de ellas” (San Juan Crisóstomo).
¿Es vd esclavo de la arrogancia?
¿Recuerda a los demás en sus oraciones?
Julián Escobar.


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