I Semana de Adviento Viernes (Mt 9,27-31).

Le siguieron dos ciegos  gritando:«¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!». Jesús les dice: «¿Creéis que  puedo hacer eso?». «Sí, Señor». Les tocó los ojos  diciendo: «Hágase en vosotros según vuestra fe». Y se abrieron sus  ojos».
Hay que pedirle al Señor, que nos libres de la ceguera. El mismo San Agustín decía: “ciego y hundido, no podía concebir la luz  de la honestidad y la belleza que no se ven con el ojo carnal sino solamente  con la mirada interior”. Sin  abrirnos a Dios sufriremos ceguera de corazón. “¿Qué soy yo sin ti para mi mismo sino un guía ciego  que me dirijo al precipicio?”.
Dos vistantes de una exposición permanecen parados ante el mismo cuadro. El primero está disgustado: «¡Qué amalgama de colores! ¡y tienen la vergüenza de exponer un cuadro así! El otro parece absorto. Piensa para sí!»: «Qué pena que no consiga entenderlo. Creo que este cuadro lo ha hecho un verdadero artista, pero Yo no lo entiendo. Quizás antes o después se roe artista, pero yo no lo entiendo. Quizás antes o después se me revelará su sentido» Estos dos hombres son dos tipos de ciegos. Ninguno de los dos ve, pero rmenrrss que uno llega a la conclusíón de que no existe nada que valga la pena de ser visco, el otro, por el contrario, sufre por su ceguera y quisiera que sus ojos se por el contrario, sufre por su ceguera y quisiera que sus ojosse abrieran. 
El que ha encontrado a Dios es porque lo ha buscado donde no está. Viene Fritz y pregunta: “¿qué haces Otto? - “Estoy buscando una pluma que he perdido? - ¿Peor la perdiste aquí? - No, pero aquí hay más luz que donde la perdí”. ¿Dónde buscas a Dios?
Julián Escobar.


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