II Semana de Adviento Jueves (Mateo 11,11-15).

Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el  Reino de los Cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan. Pues  todos los profetas, lo mismo que la Ley, hasta Juan profetizaron. El que tenga  oídos, que oiga»”.
“El Reino de Dios padece violencia, y quienes se esfuerzan lo  conquistan”: los poderes del mal  nuestran malas  inclinaciones en el alma, muestra violencia y lucha. El cristiano que oye a Jesús, se  llena de paciencia y humildad, y pide ayuda al Señor, para caminar llenos de esperanza. No importa si somos débiles, si nos acogemos  a la fuerza del Señor: “Detesta con todas tus fuerzas la ofensa que has  hecho a Dios y, con valor y confianza en su misericordia, prosigue el camino  de la virtud que habías abandonado” (San Francisco de Sales).
El P. Hidalgo el 6 de septiembre de 1810 gritó desde el púlpito:
“Viva la Virgen de Guadalupe.
Viva la independencia.
Abajo el mal gobierno”
Y Carlos Fuente dice: “Uno puede no identificarse con el cristianismo pero no puede considerarse mejicano de verdad a no ser que crea en la Virgen de Guadalupe”.La Virgen de Guadalupe ocupa el lugar central de la religiosidad del pueblo mejicano.
Todos los seres humanos, de una manera u otra, le han fallado a Dios.
Adán prefirió a Eva. Noé prefirió la botella. David prefirió a Betsabé.
Dios necesitaba a alguien que sólo le buscara y sirviera a Él. Y encontró a María. Ya María le confió la mejor y la más importante misión: ser la madre de su hijo, Jesucristo.
En la Biblia casi todas las historias comienzan con un nacimiento. Y nuestra fe y nuestra historia comienza con el nacimiento de Jesús.
María es la madre sencilla y humilde, la servidora de Dios y de los hermanos. La que corre al encuentro de Isabel, la que sale al encuentro de sus hijos necesitados.
María, la Virgen de Guadalupe, está en el nacimiento de México. María corre al encuentro de Juan Diego, de todos los indios, para que nazca un nuevo México. Juan Diego hizo que naciera una nueva Iglesia, una nueva fe en el México dividido y en guerra.
Lo que no pudo hacer el obispo ni los sacerdotes lo hizo la Virgen de Guadalupe: dar vida a los pequeños, dar voz a los indios y dignificar a todos. En el monte de Tepeyac, Juan Diego es llamado para ser mediador entre la madre de Dios y el obispo, entre su pueblo y los españoles.
Tepeyac es el monte Sinaí de las Américas. En él se da la ley del amor y de la compasión para todos, se declaran felices los pobres y se manifiesta la gloria de Dios al indio Juan Diego.
Todo comenzó el día de la Anunciación con el primer anuncio: “Concebirás y darás a luz”. Y con la primera visita de María a su prima Isabel. La Virgen salió al encuentro de Juan Diego, del indio, del pobre y del oprimido y le dijo:”Mi hijo más abandonado, digno Juan Diego” y “miró la pequeñez de su esclavo”, el que se consideraba “un montón de hojas secas” lo adoptó como hijo y en él a todos los mexicanos.
Cuentan que dos soldados mejicanos destinados a la guerra de Irak se presentaron en la iglesia y le pidieron al párroco que bendijera un tatuaje. El párroco sorprendido miró el tatuaje en el pecho de los soldados y vio a la Virgen de Guadalupe.
¿Por qué en lugar de un tatuaje no llevan su medalla? les preguntó el párroco. Ellos le dijeron: una medalla la podemos perder pero a la Guadalupana, tatuada sobre nuestro corazón, ni la perdemos ni nos abandona. Y el párroco admirado bendijo el tatuaje y bendijo a esos hijos buenos y amantes de su madre la Virgen de Guadalupe.
Julián Escobar.


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