2 de enero de 2020

“Yo no soy el Mesías, ni Elías, ni el Gran Profeta”. Humildad. Veracidad. No podemos suplantar a Jesús, pretender tener su voz o su verdad, pues estas distinciones son necesarias:
Cristo es Dios... y yo, no soy más que un pobre ser limitado.
Sí, Cristo es Santo... y yo, un pobre y débil pecador.
Si, Cristo es Señor... y yo, hago lo que puedo para seguirle.
La Iglesia está ligada a Cristo, pero tiene también un lado humano y pecador.
Es bueno saber distinguir esto, al mismo tiempo que vemos a Cristo en su Iglesia.
Ayúdanos, Señor, a reconocer tu grandeza, y nuestra pequeñez, como Juan Bautista. Lo que hacían los antiguos esclavos a su amo, cuando se arrodillaban a sus pies para desatarles las sandalias... Juan, ni de esto se encuentra digno...
¡Qué bien sabía expresarlo, san Agustín convertido!: "¡Tarde te amé, hermosura soberana, tarde te amé! Y Tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y me lanzaba sobre estas cosas hermosas que Tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Me retenían lejos de Ti aquellas cosas que sin Ti no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera, exhalaste tu perfume y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de Ti, y ahora siento hambre y sed de Ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de Ti".
Julián Escobar.


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