Homilía domingo 9 Febrero. Vosotros sois la sal de la tierra.

Mt 5, 13-16
¿Para qué sirve la sal? Para preservar los alimentos, para limpiar, para sazonar… Una comida, la que sea, sin sal es insípida. En nuestros días no se aprecia o incluso se desprecia la sal, pero hasta la invención del frigorífico era imprescindible.
Quizás aquí vendría bien lo de Santa Teresa de Jesús: “Un santo triste, es un triste santo”. Un mundo sin sal, es un mundo insípido, carente de sabor. El sabor que el mundo necesita es el Evangelio, una Buena Noticia que preserve a las personas de cualquier corrupción, de cualquier pecado.
G. Bernanos escribió:
“Cristo nos pidió que fuéramos la sal de la tierra, no el azúcar y menos la sacarina. Y no digáis que la sal escuece. Lo sé. Lo mismo que sé que el día que no escozamos al mundo y empecemos a caerle simpáticos será porque hemos empezado a dejar de ser cristianos”.
¡Más claro, ni el agua!
Llevamos un par de décadas queriendo caer simpáticos a la gente. Maquillamos o aguamos el Evangelio para que no escueza a quienes nos oyen, a los que no son creyentes. O como dicen ahora: Hay que ser “políticamente” correctos. Llevamos años diciendo: “no podemos molestar al mundo”.
¿Se molesta al mundo, a los no creyentes viviendo tal como Cristo nos invita a vivir? ¿No hay que obedecer antes a Dios que a los hombres? ¿Siendo generosos, buscando siempre el bien; preocupándose por los ancianos, los niños aún no nacidos, por los parados, emigrantes…?
Julián Escobar.

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