12 de marzo de 2020

Evangelio (Lc 16,19-31): 
Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite 
El contraste entre el rico y el pobre es muy fuerte. El lujo y la indiferencia del rico; la situación patética de Lázaro, con los perros que le lamen las úlceras (cf. Lc 16,19-21).  Podemos pensar, ¿dónde estaría yo si fuera uno de los dos protagonistas de la parábola?  Vivir para uno mismo, sin ocuparse de los demás.  En esta vida nos jugamos la vida. Jesús deja clara la existencia del infierno y describe algunas de sus características: la pena que sufren los sentidos —«que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama» (Lc 16,24)— y su eternidad —«entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo» (Lc 16,26).
San Gregorio Magno nos dice que «todas estas cosas se dicen para que nadie pueda excusarse a causa de su ignorancia». Hay que despojarse del hombre viejo y ser libre para poder amar al prójimo. Hay que responder al sufrimiento de los pobres, de los enfermos, o de los abandonados.
El infierno existe, si queremos creerlo o no. Es un lugar de castigo eterno para todos aquellos que han dejado este mundo rechazando obstinadamente la misericordia de Dios. Enseñó la misma verdad nuestro Salvador Jesucristo, con seriedad y autoridad por encima de cualquier ciencia humana. Thomas. A. Nelson
Ayunar de egoísmo practicando la generosidad.
Julián Escobar.


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