14 de marzo de 2020

Evangelio (Lc 15,1-3.11-32) 
Me levantaré, iré a mi padre y le diré: ‘Padre, pequé contra el cielo y ante ti.
Cronin habla de una hijo que marchó de casa, malgastó dinero, salud, el honor de la familia... cayó en la cárcel. Poco antes de salir en libertad, escribió a su casa: si le perdonaban, que pusieran un pañuelo blanco en el manzano, tocando la vía del tren. Si lo veía, volvería a casa; si no, ya no le verían más. El día que salió, llegando, no se atrevía a mirar... ¿Habría pañuelo? «¡Abre tus ojos!... ¡mira!», le dice un compañero. Y se quedó boquiabierto: en el manzano no había un solo pañuelo blanco, sino centenares; estaba lleno de pañuelos blancos. Nos recuerda aquel cuadro de Rembrandt en el que se ve cómo el hijo que regresa, desvalido y hambriento, es abrazado por un anciano, con dos manos diferentes: una de padre que le abraza fuerte; la otra de madre, afectuosa y dulce, le acaricia. Sentir el abrazo de Dios en el sacramento de la confesión, y participar en la fiesta de la Eucaristía. «Dios nos espera —¡cada día— como aquel padre de la parábola esperaba a su hijo pródigo» (San Josemaría).
Observa el silencio. Habrá personas orando o preparándose para la confesión o confesándose. Observar el silencio antes, durante y después de la celebración; a excepción cuando necesariamente se ha de cantar o responder a las acciones litúrgicas. Considera que la misa es algo sagrado; silenciar el teléfono móvil, no lo pongas con vibrador porque te distrae y te hace dependiente.  P. Henry Vargas Holguín
Ayunar de indiferencia y practicar la atención.
Julián Escobar.


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