2 de marzo de 2020
Evangelio (Mt 25,31-46)
Cuanto dejasteis de hacer con uno...dejasteis de hacerlo conmigo.(Mt 25,31), y nos remarca que dar de comer, beber, vestir... resultan obras de amor para un cristiano, cuando al hacerlas se sabe ver en ellas al mismo Cristo. Dice san Juan de la Cruz: «A la tarde te examinarán en el amor. Aprende a amar a Dios como Dios quiere ser amado y deja tu propia condición».
No hacer lo que hay que hacer, a Dios y los hermanos, supone dejar a Cristo sin estos detalles de amor debido: pecados de omisión. El Concilio Vaticano II, en la Gaudium et spes, dice: «En nuestra época, especialmente urge la obligación de hacernos prójimo de cualquier hombre que sea y de servirlos con afecto, ya se trate de un anciano abandonado por todos, o de un niño nacido de ilegítima unión que se ve expuesto a pagar sin razón el pecado que él no ha cometido, o del hambriento que apela a nuestra conciencia trayéndonos a la memoria las palabras del Señor: ‘Cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis’ (Mt 25,40)».
La amorosa benevolencia de Dios para con nosotros es grande; sin embargo, nosotros, pecadores, somos indiferentes y no estamos dispuestos a conceder ni una sola hora a Dios en acción de gracias, y trocamos el tiempo del rezo, que es lo más importante, por los cuidados y ajetreos de la vida cotidiana, olvidando a Dios y nuestro deber. (del Peregrino ruso)
Ayunar de pesimismo y llenarse de esperanza.
Cuanto dejasteis de hacer con uno...dejasteis de hacerlo conmigo.(Mt 25,31), y nos remarca que dar de comer, beber, vestir... resultan obras de amor para un cristiano, cuando al hacerlas se sabe ver en ellas al mismo Cristo. Dice san Juan de la Cruz: «A la tarde te examinarán en el amor. Aprende a amar a Dios como Dios quiere ser amado y deja tu propia condición».
No hacer lo que hay que hacer, a Dios y los hermanos, supone dejar a Cristo sin estos detalles de amor debido: pecados de omisión. El Concilio Vaticano II, en la Gaudium et spes, dice: «En nuestra época, especialmente urge la obligación de hacernos prójimo de cualquier hombre que sea y de servirlos con afecto, ya se trate de un anciano abandonado por todos, o de un niño nacido de ilegítima unión que se ve expuesto a pagar sin razón el pecado que él no ha cometido, o del hambriento que apela a nuestra conciencia trayéndonos a la memoria las palabras del Señor: ‘Cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis’ (Mt 25,40)».
La amorosa benevolencia de Dios para con nosotros es grande; sin embargo, nosotros, pecadores, somos indiferentes y no estamos dispuestos a conceder ni una sola hora a Dios en acción de gracias, y trocamos el tiempo del rezo, que es lo más importante, por los cuidados y ajetreos de la vida cotidiana, olvidando a Dios y nuestro deber. (del Peregrino ruso)
Ayunar de pesimismo y llenarse de esperanza.
Julián Escobar.
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