21 de marzo de 2020

Evangelio (Lc 18,9-14) 
Todo el que se ensalce será humillado; y el que se humille será ensalzado. 
En el pasaje de hoy, vemos que en la persona hay un nudo con tres cuerdas, de tal manera que es imposible deshacerlo si uno no tiene presentes las tres cuerdas. La primera nos relaciona con Dios; la segunda, con los otros; y la tercera, con nosotros mismos. Fijémonos en ello: aquéllos a quien se dirige Jesús «se tenían por justos y despreciaban a los demás» (Lc 18,9) ¡Las tres cuerdas están siempre relacionadas! ¿Cuál es el secreto para deshacer el nudo?: la humildad. Así mismo lo expresó santa Teresa de Ávila: «La humildad es la verdad». La humildad nos permite reconocer la verdad sobre nosotros mismos. «El Señor crucificado es un testimonio insuperable de amor paciente y de humilde mansedumbre» (san Juan Pablo II). Allí veremos cómo, ante la súplica de Dimas —«Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino» (Lc 23,42)— el Señor responde con una “canonización fulminante”, «En verdad te digo, hoy mismo estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23,43). Este personaje era un asesino que queda, finalmente, canonizado por el propio Cristo antes de morir. Para nosotros, un consuelo...: la santidad no la “fabricamos” nosotros, sino que la otorga Dios.
La Iglesia necesita muchos y cualificados evangelizadores que, con nuevo ardor, renovado entusiasmo, fino espíritu eclesial, desbordantes de fe y esperanza, hablen cada vez más de Jesucristo. San Juan Pablo II
Ayunar de decir a la cara cosas buenas,
 mientras que por detrás la críticas.
Julián Escobar.


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