27 de marzo de 2020

Evangelio (Jn 7,1-2.10.14.25-30): 
Nadie le echó mano, porque todavía no había llegado su hora. 
Será el Viernes Santo cuando el Señor llevará hasta el fin la voluntad del padre Celestial y sentirá como decía Cardenal Wojtyla, todo «el peso de aquella hora, en la que el Siervo de Yahvé ha de cumplir la profecía de Isaías, pronunciado su "sí"». Cristo habla muchísimas veces de esta hora definitiva y determinante: «Con un bautismo he de ser bautizado, y ¡cómo me siento urgido hasta que se realice!» (Lc 12,50). Y «la víspera de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, como hubiera amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin» (Jn 13,1). A partir de la hora de Getsemaní, de la muerte en la Cruz y la Resurrección, la vida empezada por Jesús «guía toda la Historia» (Catecismo de la Iglesia n. 1165). La vida, el trabajo, la oración, la entrega de Cristo se hace presente ahora en su Iglesia: la hora de acompañarlo en la oración de Getsemaní, «siempre despiertos -como afirmaba Pascal- apoyándole en su agonía, hasta el final de los tiempos». Es la hora de actuar como miembros vivos de Cristo.
Existe una imagen mariana del siglo VI, procedente de Rusia: María está erguida en un mar de rayos; y en su pecho, en el sitio de su corazón, se dibuja Cristo, como sol, como hostia rodeada de haces de luz. ¿Qué es lo que quiere expresar? Que el corazón de María estaba ocupado por Cristo, allí vivía Él, y así María era un ostensorio, un tabernáculo vivo. Mons. Tihamér Tóth
Piensa que leyendo los evangelios oxigenas tu vida.
Julián Escobar.


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