8 de abril de 2020

Evangelio (Mt 26,14-25)
El Maestro dice: Mi tiempo está cerca; en tu casa voy a celebrar la Pascua con mis discípulos’» (Mt 26,18).

El dueño de la casa, quizá, no fuera uno de los amigos declarados del Señor; pero debía tener el oído despierto para escuchar las llamadas “interiores”. Cuando oigamos la llamada hemos de “rendirnos”, dejando aparte los sofismas y aceptando con alegría ese “mensajero libertador”. El traidor que intenta esconder su crimen ante la mirada escudriñadora del Omnisciente. Lo había intentado ya el mismo Adán y, después, su hijo fratricida Caín, pero inútilmente. Antes de ser nuestro exactísimo Juez, Dios se nos presenta como padre y madre, que no se rinde ante la idea de perder a un hijo. A Jesús le duele el corazón no tanto por haber sido traicionado cuanto por ver a un hijo alejarse irremediablemente de Él.

No llores si me amas...
Si conocieras el don de Dios y lo que es el cielo...
Si pudieras oír el cántico de los ángeles y verme en medio de ellos...
si por un instante pudieras contemplar como yo la belleza ante la cual
las bellezas palidecen... Créeme.
Cuando llegue el día que Dios ha fijado y conoce,
y tu alma venga a este cielo en el que te ha precedido la mía...
ese día volverás a verme. sentirás que te sigo amando, que te amé,
y encontrarás mi corazón con todas sus ternuras purificadas.
volverás a verme en transfiguración, en éxtasis feliz.
Ya no esperando la muerte, sino avanzando contigo,
que te llevaré de la mano por los senderos nuevos de luz y de vida.
Enjuga tu llanto y no llores si me amas.
(San Agustín)
Julián Escobar.


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