23 de agosto de 2020
En la vida todo el mundo ha de hacer sacrificios; la diferencia estriba tan sólo en el motivo por qué se hace. ¿Conoces, por ejemplo, algún avaro? ¡Cuán miserablemente vive, cómo cuenta los últimos céntimos! Casi no come, su vestido es harapiento, no se atreve a dar un paseo para no deteriorar sus zapatos. Ahoga todos sus deseos; vive sin alegría y sin amigos. Y todo esto, ¿para qué? Para amontonar fortuna. El avaro sacrifica su personalidad, su alegría, su honor, por el dinero… ¡Hemos de conceder que esto es sacrificio! ¿No vale la pena hacer sacrificios por objetivos más elevados, mil veces más sublimes?
Mira al codicioso. ¡Cuánto corre! Está de pie desde la mañana hasta la noche; no tiene un momento de descanso. ¿Por qué? Por el dinero.
Mira al vanidoso. ¡Con qué atrevimiento pone en juego hasta su misma vida, con tal de alcanzar celebridad!
¡Cuántas noches pasa sin dormir, cuánto se mueve, cuánto suda el que va de bailes y saraos! ¿Podría sacrificarse sólo una mitad para ayudar a su prójimo?
Mira al codicioso. ¡Cuánto corre! Está de pie desde la mañana hasta la noche; no tiene un momento de descanso. ¿Por qué? Por el dinero.
Mira al vanidoso. ¡Con qué atrevimiento pone en juego hasta su misma vida, con tal de alcanzar celebridad!
¡Cuántas noches pasa sin dormir, cuánto se mueve, cuánto suda el que va de bailes y saraos! ¿Podría sacrificarse sólo una mitad para ayudar a su prójimo?
Julián Escobar.
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