24 de febrero de 2023
La admirable vida de la Iglesia es lo que llevó a convertirse al catolicismo en julio de 1922 al gran escritor G. K. Chesterton. Empezó a considerar que podía ser injusta la sentencia de muerte que habían dictado contra la fe cristiana. Repasó los argumentos con que se atacaba la religión, y le sorprendió que fueran tantos y tan contradictorios. Vio la Iglesia como un auténtico milagro. Era la única institución sobre la tierra que, pretendiendo ser divina, había sabido mantener un balance misterioso entre mil posibilidades distintas durante casi veinte siglos. Vio a la Iglesia como la única persona sana en medio de una muchedumbre que se había vuelto loca. Vio la fe católica siempre joven y aún más joven, mientras que todo a su alrededor crecía en decrepitud y pesimismo (cfr. T. Toth, Creo en Dios).
Después de veinte siglos, los pobres, los oprimidos, siguen siendo mayoría en esta tierra. Así, a pesar de tantos milagros de inventos y descubrimientos, la misión de Cristo sigue sin realizarse.
¿Es que acaso el mensaje de Cristo, con su esperanza de liberación, debe morir? ¿Es acaso el olvido lo que deben esperar quienes se hagan campeones de los más débiles? Mi marido hubiera sido el primero en combatir tal pesimismo. Él nos hubiera recordado que Jesús fue pobre, que los sin hogar y los hambrientos fueron sus discípulos y amigos. Y que es de ahí de donde nació la cristiandad. Si no han bastado veinte siglos para conseguir el advenimiento del Reino, no es menos cierto que siga viva la esperanza que ofrece al mundo una promesa de alegría. Coretta King
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