1 de abril de 2023 Sábado 5º ¡Jesús nos acompaña!

Juan 11, 45-57 Estaba cerca la Pascua de los judíos, y muchos del país habían subido a Jerusalén, antes de la Pascua para purificarse. Buscaban a Jesús y se decían unos a otros estando en el Templo: «¿Qué os parece? ¿Que no vendrá a la fiesta?»

Obedecer a Dios cumpliendo la Ley Natural es lo que nos viene bien. Es aleccionar aquel antiguo cuento que refiere la huelga de las plantas.

Un esbelto álamo propuso a los árboles del bosque un pensamiento lleno de orgullo: «Hermanos -les dijo-, bien sabéis que la tierra nos pertenece, porque de nosotros dependen los hombres y los animales, sin nosotros no pueden vivir. Somos nosotros los que alimentamos a la vaca, a la oveja, al pájaro, a las abejas...; nosotros somos el punto céntrico, y hasta el mismo suelo va formándose de nuestro ramaje podrido. No hay en el mundo sino un solo poder que nos domine: el Sol. Se dice que de él depende nuestra vida. Pero, hermanos, yo estoy convencido de que esto es un cuento. Seguro que podemos vivir sin la luz del Sol».

El álamo hizo una pausa en su discurso. Algunos robles y olmos, ya vetustos, murmuraron en señal de protesta, más los árboles jóvenes inclinaron sus cabezas en señal de aprobación.

Continuó el álamo con voz más alta: «Sé muy bien que entre las plantas hay un partido de cabezas cerradas, que cree en esta rancia superstición. Pero yo confío en el sentido de independencia de la joven generación. Es necesario que nosotras, las plantas, lleguemos un día a sacudir el yugo del Sol. Entonces surgirá una generación nueva, una generación libre. ¡Adelante, pues, a la guerra, de la independencia!

¡Tú, viejo reflector de las alturas, llega el fin de tu poderío!»

Las palabras del álamo se perdieron en los gritos de asentimiento que ahogaban las manifestaciones de disenso de los árboles viejos. «Declaramos la huelga contra el Sol -continuó de nuevo el álamo-. Trasladaremos nuestra vida a la oscura noche, llena de misterios. En la noche queremos crecer, florecer, exhalar nuestros perfumes y dar nuestros frutos. ¡Para nada necesitamos del Sol! ¡Seremos libres!»

Al día siguiente los hombres notaron cosas raras. El Sol brillaba espléndidamente, pero las flores inclinaban su cabeza hacia el suelo con sus cálices cerrados. En cambio, al anochecer, los pétalos se entreabrieron, y las corolas, pintadas de todos los colores, irguieron su cuello hacia los pálidos rayos de la luna y la luz débil de las estrellas. Así sucedió durante varios días, pero pronto se vieron cambios extraños en toda la vegetación. El trigo estaba tumbado por el suelo, las flores perdían su color, las hojas se secaban. Todo se marchitaba como en pleno otoño.

Las plantas entonces empezaron a refunfuñar, motejando al álamo. Pero el cabecilla de la rebelión, él también con las hojas secas, de un color amarillento, siguió instigándolas: «¡Qué tontas sois! ¿No veis acaso cuánto más hermosas, más bizarras, más libres, más independientes sois ahora que cuando gemíais bajo el dominio del Sol? ¡Ca! ¡No es verdad! Os habéis vuelto más finas, más nobles. Habéis adquirido personalidad...»

Algunas de las desgraciadas plantas seguían creyendo al álamo, y con labios cada vez más amarillos murmuraban una y otra noche: «Nos hemos vuelto más finas... Nos hemos vuelto más nobles... Hemos adquirido personalidad». La mayoría, empero, se declaró contra la huelga en tiempo oportuno y se volvió al Sol vivificante. Al llegar la nueva primavera, el álamo, seco, erguía como triste espantajo sus ramas descarnadas en medio del bosque, que rebosaba en pujante fuerza de vida y trinos de pájaros; sus enseñanzas necias se fundieron en el olvido. En torno suyo, las flores enviaban el perfume de su agradecimiento al Sol antiguo (cfr. T. Toth, El joven creyente). Dios nos conoce perfectamente a los hombres porque nos ha hecho y sabe lo que realmente nos viene bien. Por eso señala la Sagrada Escritura: «El Señor nos mandó practicar todas estas leyes y temer al Señor Dios nuestro, para que seamos felices todos los días de nuestra vida» (Dt 6, 24).

Julián Escobar.


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