3 de abril de 2023 Lunes santo ¡Las buenas obras son perfume!
El pecado es el mayor mal que le puede acaecer a una persona. En el plano humano es el desorden del hombre para con su fin, el desorden en la Ley Natural puesta por el Creador; y en el plano sobrenatural, la ruptura de aquel que ha sido elevado a ser hijo de Dios por la gracia con su Padre Dios. Cuando la desobediencia a los mandatos de Dios es en materia grave, y hay advertencia y consentimiento plenos, se produce el pecado mortal -que mata la vida sobrenatural-, si, en cambio, se trata de materia leve o hay falta de advertencia o el consentimiento no es pleno, es pecado venial. Como a Adán y a Eva, Dios nos señala unos preceptos para que, cumpliéndolos, le demostremos nuestro amor y nuestro sometimiento a Él como Señor de nuestra vida. Cuando uno se salta un mandamiento, siempre se prefiere a una criatura antes que a Dios: el dinero al robar, el placer del enfado o de la impureza..., y siempre: hacer nuestra voluntad.
«Siguiendo la tradición de la Iglesia -señala Juan Pablo II-, llamamos pecado mortal al acto mediante el cual un hombre, con libertad y conocimiento, rechaza a Dios, su ley, la alianza de amor que Dios le propone, prefiriendo volverse a sí mismo, a alguna realidad creada y finita, a algo contrario a la voluntad divina», es decir, cada uno y «todos los actos de desobediencia a los mandamientos de Dios en materia grave» (Juan Pablo II, Exh. apost. Reconciliación y Penitencia, n. 17). Algunos piensan equivocadamente que, como el pecado supone la pérdida de la vida de la gracia, una ruptura con Dios, haría falta para cometerlo una actitud profunda del corazón de aversión a Dios, por lo que si ésta no se da -dicen- no se comete el pecado. Que bastaría para ser buenos con tener una actitud de fe y de amor con Dios y con los demás, aunque no se cumplieran los mandamientos. Pero el Señor nos lo dijo claramente: «Si me amáis, cumpliréis mis mandamientos» (Jn 14, 15), si no, no se le ama, se le desobedece.
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