28 de junio de 2023

Habíase un tal Agathonik, hombre devoto, quien desde su infancia había sido enseñado por sus piadosos padres a rezar cada día delante del icono de la Madre de Dios la oración que empieza por “Regocíjate, doncella encinta de Dios”, y así lo hacía siempre.

Más tarde, cuando creció e inició su propia vida, se vio absorbido por los cuidados y ajetreos de la vida y sólo rara vez rezaba la oración, hasta que la abandonó totalmente.

Un día dio alojamiento para la noche a un peregrino, quien le contó que era un eremita de la Tebaida, y que había tenido una visión en la que se le ordenaba ir a un tal Agathonik y reprenderle por haber abandonado la oración a la Madre de Dios.

Agathonik dijo que la razón era que había rezado la oración durante muchos años sin observar ningún resultado en absoluto. Entonces, el eremita le dijo:

“Recuerda, cuántas veces esta oración te ha auxiliado y te ha evitado una desgracia. Recuerda cómo, en tu juventud, fuiste prodigiosamente salvado de ahogarte. ¿No recuerdas cómo una epidemia se llevó a muchos de tus amigos a la tumba y tú conservaste la salud? ¿Recuerdas cuando, viajando con un amigo, ambos caísteis de la carreta y él se rompió una pierna mientras que tú saliste ileso? ¿No sabes bien que un joven conocido tuyo, que gozaba de buena salud y era fuerte, yace ahora enfermo y débil, mientras que tú estás sano y no sufres dolor alguno?”

“Estos males te fueron conjurados por la protección de la santísima Madre de Dios, gracias a esa corta oración con la que elevabas diariamente tu corazón a la unión con Dios.”.

Julián Escobar.


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