28 agosto 2023
El racimo del ermitaño
Llaman un día a la puerta de Macario, ermitaño del desierto. «Padre, le dice de fuera un labrador, os traigo un precioso racimo de uvas. Aceptadlo, y que os sirva de refrigerio». Macario toma con gratitud el presente y bendice al hombre; pero cuando le sonríe el magnífico racimo, dice: «¿No lo necesita acaso más que yo el venerable ermitaño que vive a mi lado?». Lleva el racimo al vecino anciano. Este lo toma con gratitud y con gran alegría, pero después se pone a pensar: «¡Oh, qué bien sentaría este racimo al hermano Nazario, que está enfermo!». Y ya está en camino para llevárselo. Pero Nazario ni quiere siquiera tomarlo: «¿Cómo podría yo comer esto? A mi Salvador le dieron a beber hiel en la cruz. Yo quiero ser discípulo suyo». De esta manera va peregrinando el racimo de una celda a la otra, hasta el ocaso del sol, cuando uno de los ermitaños llega para ofrecerlo, a su vez a Macario. El anciano rompió en lágrimas de alegría al verlo de nuevo; se regocijaba de tener compañeros de tanto renunciamiento.
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