10 de abril de 2024
¡Qué alegría ser seguidor de Jesús!
Él es “el más bello de los hijos de los hombres” (Sal 45,3). Según la sábana santa de Turín, medía 1,83 m de estatura, musculoso, con rasgos claramente semitas, cabello abundante, que le caía sobre la espalda, con raya al medio, barba corta, ojos grandes y nariz más bien larga y aguileña. Ciertamente que es la belleza personificada y “en sus labios se derrama la gracia” (Sal 45,3). Por ello, podemos decir que es hermoso, infinitamente hermoso, más que el sol, cuando brilla en todo su esplendor (Cf Ap 1,16). Con su porte sencillo, que inspira confianza y, a la vez, majestuoso. Con una voz poderosa y, a la vez, melodiosa, que infunde terror a los fariseos, pero que atrae a los humildes. Con una sonrisa que cautiva a los niños, que irradia ternura a los enfermos, compasión a los pecadores y para todos un inmenso amor.
Así es nuestro Jesús, que nos espera en la Eucaristía. En cada hostia consagrada está realmente presente. Por eso, la Eucaristía es el sacramento inefable de la presencia amorosa de Jesús entre nosotros. El está ahí y te espera. Vete a la misa a encontrarte con Jesús, vete a sellar tu amistad con El en el momento de la comunión y, todos los días, vete a visitarlo y a adorarlo, porque es tu amigo y es tu Dios.
Así somos: siempre poco atrevidos, quizá por insinceridad, o quizá por pudor. En el fondo, pensamos: quédate con nosotros porque nos rodean las tinieblas, y sólo Tú eres luz, sólo Tú puedes calmar esta ansia que nos consume. Porque ‘entre las cosas hermosas, honestas, no ignoramos cuál es la primera: poseer siempre a Dios’ (San Gregorio Nacianzeno).
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