18 de abril de 2024
Supongamos que un buen día se apareciera Jesús de nuevo en la tierra y fuera predicando y haciendo milagros por pueblos y ciudades. ¿No sería soberbia de nuestra parte decir: yo ya tengo a Cristo en mi corazón y no necesito nada más? Una cosa es decir “creo en Cristo” y “amo a Cristo” y otra cosa es la plenitud de vida con El, que se logra con más facilidad e intensidad a través de la unión con El en la comunión eucarística. Y, sin embargo, nuestros hermanos separados hablan mucho de Cristo, pero no tienen a Cristo completo, pues les falta esta dimensión humana de Jesús; ya que, en nuestra alma, está sólo Cristo como Dios y no como hombre, y debemos ir a la Eucaristía para poder unir nuestra humanidad con la suya y por ella unirnos a la Trinidad.
La Vble. María Celeste Crostarosa, afirmaba: “La humanidad de Cristo es siempre la puerta para entrar a Dios... Nadie puede olvidarse de ella por muy sublime que sea el grado de unión con Dios que haya alcanzado”. Y le daba tanta importancia a la humanidad eucarística de Jesús que indicaba “como punto de llegada de todo camino espiritual, la plena transformación eucarística” (Juan Pablo II a las redentoristas, 31-10-96).
Es la Pascua la que ilumina las sagradas Escrituras, como habla San Ireneo: “Si uno lee con atención las Escrituras, encontrará que hablan de Cristo y que prefiguran la nueva vocación. Porque Él es el tesoro escondido en el campo, es decir, en el mundo, ya que el campo es el mundo; tesoro escondido en las Escrituras, ya que era indicado por medio de figuras y parábolas, que no podían entender según la capacidad humana antes de que llegara el cumplimiento de lo que estaba profetizado, que es el advenimiento de Cristo”.
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