21 de abril de 2024

No se puede hablar sin emoción de los recuerdos que dedica San Agustín a la muerte de su madre, Santa Mónica. Agustín y su hermano Navigio están junto a su madre moribunda. Navigio sufre porque su madre tenga que morir en el extranjero y no en su patria. Pero Mónica, agonizante, les dice: “Sepultad mi cuerpo en cualquier lugar. No os preocupéis de él. No os pido más que una sola cosa: que os acordéis, de mí ante el altar del Señor, en cualquier lugar en que os encontréis” (Confesiones 50, 9, c. 11).

¡Palabras, verdaderamente cristianas! ¡Ojalá sea también el primer pensamiento que se nos ocurra con respecto a nuestros difuntos: recordarlos ante el altar del Señor!

Cuántas flores y coronas envían los hombres a los entierros —lo cual es una cosa hermosa—, pero esto es más bien consuelo de los que se quedan; al muerto no le aprovechan de nada. Lo que realmente le sirven son nuestras oraciones, nuestras buenas obras, las misas que hacemos celebrar por él

Carlos V, rey de España, puso en cierta ocasión a su hijo ante esta extraña disyuntiva. Sobre una mesa colocó una corona, y en la otra mesa una espada; después, llamando a su hijo, le puso en el dilema de escoger entre las dos. El príncipe, sonriendo, alargó la mano hacia la espada y declaró: 

“Con ésta quiero conseguir aquella.” 

Julián Escobar.


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