23 de abril de 2024
En una ocasión dice a sus discípulos que quien hace un sacrificio por amor a Él y por su nombre, “recibirá cien veces más en bienes de más valor y poseerá la vida eterna” (Mateo 19,29).
En otra ocasión les profetiza que sufrirán persecuciones a causa de Él; pero “alegraos entonces y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos” (Mateo 5,12).
Veamos qué dice en relación con el atesoramiento de los bienes de la fortuna. “No amontonéis riquezas en la tierra, donde la polilla y herrumbre las destruyen, y donde los ladrones las desentierran y roban; sino atesorad para vosotros tesoros en el cielo, donde ni la polilla y la herrumbre los destruyen, ni los ladrones las desentierran y roban” (Mateo 6,19-20).
Además ¡en cuántas parábolas, de cuántas maneras, habló el Señor de la felicidad eterna! A veces la llama “casa del Padre” (Juan 14,2), en otras la compara al palacio de un rey (Mateo 22,2), o la llama “tesoro escondido” (Mateo 13, 44) por el cual el hombre debe darlo todo.
Finalmente, están las palabras que ha de pronunciar en el Juicio final: “Venid, benditos de mi Padre, a tomar posesión del reino celestial que os está preparado desde el principio del mundo” (Mateo 25,34). Realmente, la fe en esta felicidad eterna llena de tal suerte la doctrina de Nuestro Señor Jesucristo, que tendría que negar todo el Evangelio quién quisiera negar la realidad magnífica de la vida para siempre feliz.
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