24 de abril de 2024

Un Jueves Santo de 1939, cerca del Polo Norte, cuenta el P. Llorente, jesuita de Alaska: “Había una tormenta de nieve fuera de lo común con más de 40 grados bajo cero. Me preparé para celebrar la misa yo solo en nuestra pequeña capilla. De pronto, oigo un toque a la puerta. Era una mujer esquimal de cincuenta años totalmente cubierta de nieve, pues venía de lejos, que me dice: Padre, no podía resistir y me eché a la calle, confiando en Jesús. No quería perderme la comunión en este día. Me he extraviado varias veces por el camino y creí que iba a morir en algún ventisquero; pero me encomendé a Dios y luego torcí por el camino y no sé cómo, de repente, me encontré a la puerta de la Iglesia. Todo lo hice por comulgar”.

¿Estarías tú dispuesto a exponer tu vida por amor a Jesús Eucaristía?

En la guerra civil española (1936-39), sorprendieron a un niño de 11 años, llevando la comunión a los enfermos. Y, por no dejarse arrebatar las hostias ni renegar de su fe, lo mataron. El pequeño mártir murió, besando y adorando a Jesús, apretándolo contra su corazón. El, al igual que S. Tarsicio en los primeros tiempos del cristianismo, murió antes de dejar profanar la Eucaristía. Pero ya había logrado distribuir en los últimos meses más de mil quinientas comuniones.

San Ambrosio: «El Señor ha coronado también de gloria y magnificencia a su amado. Ese Dios que desea distribuir las coronas, permite las tentaciones: por ello, cuando seas tentado, recuerda que te está preparando la corona. Si descartas el combate de los mártires, descartarás también sus coronas; si descartas sus suplicios, descartarás también su dicha»

Julián Escobar.


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