25 de abril de 2024
Según Jesucristo, la vida eterna es la casa de su Padre, en la que hay muchas moradas; Cristo nos precede en ella, y allí espera a los hijos fieles. “En la casa de mi Padre hay muchas moradas... Yo voy a preparar un lugar para vosotros. Y cuando vaya, y os haya preparado un lugar, de nuevo vendré y os llevaré conmigo, para que donde Yo estoy estéis también vosotros” (Juan 14,2-3).
¡Con qué sencillez nos habla del cielo!
En el cielo reina una alegría indescriptible, una alegría que “ni ojo vio, ni oído oyó, ni pasó por el pensamiento del hombre”. San Pablo (I Corintios 2,9), está alegría no es a la medida de los deseos terrenos: sólo podemos; no podemos formarnos una idea de la misma; únicamente podrán quienes gocen de ella en la Patria ¿Y habrá muchos allí? ¿Quiénes estarán? ¿Cuántos entrarán en el cielo? ¡No lo sabemos! Jesucristo nada ha dicho respecto de todo esto. La mayoría de los que no se condenan, podrán entrar inmediatamente después de su muerte en el reino de Dios, otros antes deberán purificarse en el Purgatorio; sólo después gozarán de Dios.
Esta sería la respuesta meramente humana. Pero en base a la esperanza humilde y cristiana podemos dar una respuesta más halagüeña. Supongamos un hombre que durante su vida entera procuró cumplir la voluntad del Señor —gracias a Dios aún hoy día hay muchos hombres así—, que fue honrado cumplidor de su deber, hombre de vida religiosa, que limpió con frecuencia sus faltas, caídas y pecados con las lágrimas del arrepentimiento en la santa Confesión; que antes de morir se confesó y comulgó y recibió el Sacramento de los enfermos y recibió también la bendición papal con indulgencia plenaria. Este hombre podemos suponer que en el momento de la muerte oyó las palabras que JESUCRISTO dirigió al buen ladrón, que se convirtió en los últimos momentos. “En verdad te digo, que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lucas 23,43)
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