6 de abril de 2024

Uno de los santos más grandes y más queridos de la antigüedad cristiana, San Ignacio de Antioquía, discípulo de los Apóstoles y obispo, era llevado a Roma desde el Asia Menor para ser echado a las fieras en el circo. El buen viejo amaba a Jesús de una manera apasionada. Las cartas que escribió durante la travesía a todas las Iglesias donde fondeaba el barco son de una riqueza extraordinaria. Pues, bien; echado al anfiteatro, antes de que fueran soltadas las fieras, se arrodilla el mártir, y exclama: - Nunca se arrancará de mi boca el nombre de Jesús, y en el caso de no poderlo pronunciar, jamás será borrado de mi corazón. Destrozado el cuerpo por las fieras, los cristianos se hacen cargo después de los despojos que quedan, le abren el corazón, y encuentran grabado en él, con letras de oro, el nombre bendito de JESUS.

Cuando Pedro, como cabeza de los apóstoles, acepta al centurión Cornelio, fue duramente criticado:

- ¿Por qué le has dado el Bautismo? Y Pedro se defiende con una razón tumbativa: 

- ¿Cómo puedo negar el Bautismo al que Dios ha escogido libremente y le ha dado el Espíritu Santo igual que a nosotros?...

Gracias a Dios, que en la Iglesia se nos está metiendo bien esta lección. La Iglesia respeta a todos. Acepta a todos. Ama a todos. Porque en todos los hombres ve la huella de Dios y la invitación de Jesucristo a la vida cristiana. La Iglesia se abre a ellos y les da el testimonio de nuestra fe. No obliga a nadie, no fuerza a nadie. Se contenta con decir, más que con palabras con el testimonio del amor.


Julián Escobar.


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