7 de abril de 2024
Realmente la única cuestión decisiva de toda vida humana es ésta: ¿existe o no el otro mundo? Y esta cuestión no la podemos esquivar. No podemos actuar como el soldado del cuento que, en el combate, en medio de una lluvia de balas, empezó a orar de esta manera: “Dios mío (si es que hay Dios), salva mi alma (si es que hay alma), para que no vaya al infierno (si es que hay infierno); sino que entre en el cielo (si es que hay cielo)”. No podemos vivir con esta gran duda. Debemos estar convencidos de si hay o no vida eterna.
Muchos cristianos, jóvenes y mayores, experimentamos en la vida, como los dos de Emaús, momentos de desencanto y depresión. A veces por circunstancias personales. Otras, por la visión deficiente que la misma comunidad puede ofrecer. El camino de Emaús puede ser muchas veces nuestro camino. Viaje de ida desde la fe hasta la oscuridad, y ojalá de vuelta desde la oscuridad hacia la fe. Cuántas veces nuestra oración podría ser: «quédate con nosotros, que se está haciendo de noche y se oscurece nuestra vida».
La Pascua no es para los perfectos: fue Pascua también para el paralítico del templo y para los discípulos desanimados de Emaús (J. Aldazábal).
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