20 de diciembre de 2024

Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» Y el ángel dejándola se fue” (Lucas 1,26–38).

La "anunciación" de Jesús es paralela a la de Juan Bautista que ayer leímos. Fue en Nazaret, en Galilea: poblado insignificante, desconocido del Antiguo Testamento, provincia despreciada por su mezcolanza de judíos y paganos. La simplicidad de la escena en casa de María contrasta con la solemnidad de la anunciación a Zacarías, en el marco sagrado del Templo, en Jerusalén, la capital. Se perfila la modestia de la Encarnación de Dios: "Se anonadó, dirá San Pablo, tomando la condición de esclavo".

María aparece ya desde ahora como la mejor maestra de vida cristiana. El más acabado modelo de todos los que a lo largo de los siglos habían dicho «sí» a Dios ya en el A.T., y sobre todo de los que han creído en Cristo Jesús y le han seguido en los dos mil años de cristianismo. Nosotros estamos llamados a contestar también a Dios con nuestro «sí». Y así se ha ido encarnando continuamente la salvación de Dios en cada generación. Cada uno de nosotros, hoy, escucha el mismo anuncio del ángel. Y es invitado a contestar que sí, que acogemos a Dios en nuestra vida.

S. Bernardo comenta: “Oíste, Virgen, que concebirás y darás a luz a un hijo; oíste que no era por obra de varón, sino por obra del Espíritu Santo. Mira que el ángel aguarda tu respuesta, porque ya es tiempo que se vuelva al Señor que lo envió. También nosotros (…) esperamos, Señora, esta palabra de misericordia. Se pone entre tus manos el precio de nuestra salvación; en seguida seremos librados si consientes (…) por tu breve respuesta seremos ahora restablecidos para ser llamados de nuevo a la vida... No tardes, Virgen María, da tu respuesta. Señora Nuestra, pronuncia esta palabra que la tierra, los abismos y los cielos esperan (…) Responde presto al ángel, o, por mejor decir, al Señor por medio del ángel; responde una palabra y recibe al que es la Palabra; pronuncia tu palabra y concibe la divina; emite una palabra fugaz y acoge en tu seno a la Palabra eterna... Abre, Virgen dichosa, el corazón a la fe, los labios al consentimiento, las castas entrañas al Criador. Mira que el deseado de todas las gentes está llamando a tu puerta (…) Levántate, corre, abre. Levántate por la fe, corre por la devoción, abre por el consentimiento. 

Julián Escobar.


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