3 de junio de 2025 «Veni, Sancte Spiritus»
Jn 17,1-11ª. He manifestado tu nombre a los hombres que me diste de en medio del mundo. Te ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por éstos que tú me diste, y son tuyos. Sí, todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y en ellos he sido glorificado.
***
Tú sabes comprender la pequeñez de nuestras sombras y pecados. Tú nos levantas la mirada cuando nos caemos y nos ponemos en camino de nuevo.
San Pablo VI habla de un modo espléndido del Espíritu Santo como alma de la Iglesia: «El Espíritu Santo es el animador y santificador de la Iglesia, su aliento divino, el viento de sus velas, su principio unificador, su apoyo y su consolador, su fuente de carismas y de cantos, su paz y su gozo, su premio y preludio de la vida bienaventurada y eterna. La Iglesia necesita su perenne Pentecostés; necesita fuego en el corazón, palabras en los labios, profecía en la mirada».
Por eso, también nosotros invocamos confiados: Veni, Sancte Spiritus.
Así oraba Edith Stein, copatrona de Europa, en el Último Pentecostés de su vida:
«Quien eres tú, dulce luz, que me llenas
y alumbras la oscuridad de mi corazón?
Tú me guías como mano materna y me dejas Libre.
Tú eres el espacio que rodea mi ser y lo encierras en sí.
Si tú lo dejaras, caería en el abismo de la nada, desde el cual tú lo elevas al ser.
Tú, más cerca de mí que yo misma, y más íntimo que mi interior,
y sin embargo inabarcable e incomprensible,
que haces estallar todo nombre: Espíritu Santo, Amor eterno».
¿Sueles invocar la ayuda del Espíritu Santo?
¿Quién es para ti el Espíritu Santo?
Comentarios